18 de marzo de 2010

Drama

Se abre el telón, y el ruido se vuelve aterrador.
Salgo y son millones de ojos los que me observan.
Bajo las intensas luces, muevo torpemente un cuerpo que no parece pertencerme, porque esa no soy yo. No, no lo soy, a pesar de sentirme mía. Es mi máscara, son mis gestos robados, y son las palabras pronunciadas bajo la presión del público. No soy yo, pero no hay nada más que "yo" en escena.
Se suceden los actos, y dentro de ellos, las escenas. Mi papel no es difícil de interpretar: lo entiendo y me complemento con él, hasta parecer almas gemelas, que caminan a la vez, hablan a la vez, pero nunca piensan en paralelo.
A pesar de los nervios, el público está entusiasmado, y aplaude divertido; he de reconocer que, esta vez, somos un buen reparto.
Y sin embargo, siempre quedará ese ansia, siempre esa ligera espera, mientras los acontecimientos continúan su curso: repasa las líneas del próximo acto sobre las tablas, la naturalidad ondea en el furioso viento, y se quiere escapar, pero todavía sigue siendo mia, y nuestra.
Los focos me iluminan, saluda, sonríe, porque ha salido bien, aunque sea la misma función que ayer. Y que la de mañana.

Tras los años de experiencia nunca terminaré de entender que, por más repentina voluntad que me inunde, no puedo pronunciarlo antes de tiempo, "acta est fabula".

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