23 de enero de 2012

Mendel el de los libros o cómo recuperar la fé.

Hoy después de mucho tiempo voy a haceros una confesión muy personal: me he enamorado.
Voy a ser más exacta: me he reenamorado. Y a partir de aquí, lo que sigue, es la más pura verdad (y espero que no sirva de precedente).

Todo comenzó hace tiempo, unos cuantos años atrás, yo era una adolescente que iba de acá para allá, sin un rumbo demasiado definido, pero siempre navegando hacia adelante, faltaría más. Así, yo sabía que lo mío eran las humanidades, pero, ¿qué más? ¿qué rama? ¿a qué dedico toda mi vida universitaria y, con un poco de suerte, laboral? Pues bien, yo en principio quería hacer Historia del Arte. Era bonito. Y parecía suficiente para llenar todo una vida. Pero un buen día, una persona "C" me miró de arriba abajo con ojos extrañados y me espetó que no, que obviamente lo mío era la filología, y además no albergaba ninguna duda de ello. ¿Filología? De buenas a primeras aquello no sonaba demasiado bien. A decir verdad, me sonaba bastante aburrido.

Mi último año de instituto consistió en decidir qué hacer con mi vida: obviamente, había una puerta abierta al equívoco, nadie es perfecto, pero seamos sinceros, ¿quién quiere equivocarse con una decisión tan importante?. Hice un balance. Me dije: "es cierto. La literatura es tu pasatiempo favorito. Aprender idiomas y contrastar tus conocimientos de gramática es a lo que dedicas buena parte de tu tiempo libre. Se te da bien y te gusta." No estaba muy convencida.

Y esta es la realidad: mi relación con la filología, aún a día de hoy, acabando los exámenes del primer cuatrimestre del segundo año de la carrera (¡sin comerlo ni beberlo, me estoy acercando a la mitad!) es una relación de amor-odio. Confieso que hay días que llego a la facultad y me pregunto qué narices hago allí. Otros días miro mis apuntes, o hago memoria de lo que tengo que hacer para clase y me pregunto si esto es realmente a lo que quiero dedicar mi vida. No lo sé. No lo he sabido nunca. No sé si lo voy a saber algún día. Y no os voy a mentir. He pensado más de una vez en dejarlo. Y alguna lo he pensado muy seriamente (si no fuera porque el plazo estaba cerrado, a estas alturas de año en 2011 habría cometido la locura de cambiarme a Filosofía. Quién sabe cómo habría salido aquello). 

Pero lo más importante, sin duda alguna, no son los momentos en los que sientes que tienes tu vida cogida con las manos pero no sabes muy bien qué tienes que hacer con ella. Los momentos más importantes son los que me recuerdan porqué la filología es mi sitio. Es mi manera de ver la vida. Es mi vida. Algunas veces bastaba una clase de griego traduciendo a Safo de Lesbos para recordarme que poder leer a una de las grandes de la literatura universal en su versión original y no tener ningún problema para entenderla es algo casi necesario para mi. Otras veces, un buen profesor, "V", (peculiar, pero bueno al fin y al cabo) parecía tener encomendada la tarea de disuadirnos de nuestras ideas anti-filológicas, y he estado al borde de las lágrimas en alguna clase pensando en lo idiota que hubiera sido por mi parte no haber entrado allí nunca y haberme perdido las mil y una razones que este señor era capaz de decir para amar su profesión, que será la mía en un futuro. Una vez bastó con ver El club de los poetas muertos, que si bien su trama no me dice demasiado, me recordó el poder que tiene la literatura en mi vida y que mi alma es alma de poeta (mediocre y poco fructífera, pero poeta al fin y al cabo). Esta vez ha sido Mendel el de los libros de Stefan Zweig.

No creo que nadie que no ame tanto la literatura y la filología como yo pueda entender del todo esta novelita de Zweig. Y ojo, no quiero que se entienda que menosprecio a nadie. Pero así como yo misma acepto y valoro que haya gente que viva con un amor sobrehumano a la música y a la composición musical (por ejemplo), pero como no es mi caso, probablemente ante un testimonio de este tipo de vida no pueda llegar a comprenderlo del todo (y en definitiva, que cada loco con su tema). Así, Zweig escribe sobre la Primera Guerra Mundial, sobre la guerra en general y su efecto devastador, sobre la fría humanidad, sobre rusos, judíos y campos de concentración. Pero para mi, sobre todo, se trata de un amante de la literatura escribiendo una novela acerca de un amante de la literatura destinada a los amantes de la literatura. Esto es así, su prosa, deliciosa, me ha recordado que la literatura, los libros pueden ser los pilares de una vida, que pueden construir mente y memoria, que sin ellos me pierdo, que si no estuviese en este camino algo dentro de mi no podría descansar en paz buscando su verdadero hogar. Me ha recordado que a pesar de todas las dudas que me asaltan, y las que (estoy segura) lo harán en un futuro no muy lejano, este es mi sitio, soy bibliófila, soy filóloga, y a pesar de que a veces diga lo contrario, en el fondo nunca me arrepentiré. 

Me ha reenamorado y sólo puedo añadir un gracias, no sé muy bien a qué, si al destino, al karma o a alguna clase de dios místico, gracias por dejar que esta sensación de plenitud, de cosquilleo interior se cuele de vez en cuando en mi vida y me diga "tranquila, ahora estás donde tienes que estar" y que lo único que me quede por hacer sea disfrutarlo, porque es todo un privilegio poder dedicarme a aquello que de verdad me llena.